Los cuatro en el pardes y los orígenes de la mística judía



Una de las claves para entender el desarrollo de la temprana mística judía se encuentra en la historia de los cuatro en el pardes (paraíso) de acuerdo al Talmud (Jaguiga XIV-b) que dataría del siglo II. Los cuatro son Ben Zoma, quien vio y se volvió loco; Ben Assai, quien vio y murio; y Elisha Ben Abuya llamado Ajer, quien vio y se hizo apóstata; el último fue Rabí Akiba quien entró y salió sano; todos dedicados al estudio de la Torá. El pardes se interpretó como la especulación sobre el verdadero sentido de la Torá en sus cuatro interpretaciones formadas, cada una, por las letras de esta palabra. La primera letra de pardes es pe que corresponde a Pshat o sentido literal o evidente de la Torá; la segunda es resh que corresponde a Remes o sentido alégorico o simbólico; la tercera es dalet que corresponde a la interpretación talmúdica o más profunda; la cuarta, es la samej que corresponde a sod o el sentido secreto o más interior de todos.

Algunos cabalistas relacionaron las cuatro interpretaciones de la Torá con los cuatro ríos que salén del paraíso (Gn 2,10). Ben Zoma habría entrado en el rio Pishon, palabra que deriva de la raíz desbordar, lo que significa que la enormidad del secreto al que tuvo acceso lo desbordó, halló miel en la Torá y comió más de la cuenta de acuerdo Proverbios 25,16. Ben Assai habría entrado en el rio Guijon, palabra que deriva de la raíz precipitarse o abrirse paso, lo que significa que se precipitó en unas profundidades para las cuales no estaba preparado, muriendo por amor de acuerdo al Salmo CXVI, 15. Ajer habría entrado en el rio Jidekel, palabra derivada de chad o fino y kal o ágil, lo que significa la finura y la agilidad de la interpretación talmúdica la que no pudo ser soportada como visión paradisíaca y arrastró en su error a jóvenes estudiantes. Finalmente, Rabí Akiba habría entrado al Eufrates, cuya raíz deriva de crecer, multiplicarse, fructificar, lo que se relaciona con el sentido más interior de la Torá, aquél del que mana la fuente de la vida. Los primeros maestros, a diferencia de R. Akiba, sólo habían logrado penetrar en la Torá de manera exterior, profana, inadecuada. Y es que el exterior es multiple, aparente e ilusiorio. El interior es único, oculto y real (El mensaje reencontrado VII,55). Hay que cuidarse de las apariencias porque fiándonos de ellas podemos morir. Toda la vida del hombre es en el exilio del paraíso que no es sino una sucesión ininterrumpida de espejismos. Es lo que les sucede a los visionarios de la mercabá quienes al subir al séptimo cielo se le advierte: cuando lleguéis a los lugares del mármol brillante no digáis ¡agua, agua! Hay que trascender el nivel de la dualidad representado en el relato de la creación por el segundo día, el único que no es bendecido por Dios. De Rabí Akiba se puede decir aquel que busca a Dios en pensamiento y en acción, debe apartar las apariencias de la muerte que se oponen al retorno del oro celeste (Mensaje III,74). Y es que no cayó en la ilusión de las apariencias.

El concepto de pardes se siguió desarrollando en la mística judía medieval. Para el Zohar Jadash (102 d) la shejina o presencia divina femenina sería el pardes de la Torá: La shejina en el exilio se llama pardes....por esto la llamamos también nuez. Cuando el rey Salomón entró en el paraíso de la especulación mística dijo: he bajado al jardín de las nueces (Cantar de los Cantares 6,11). Nuez, en este caso, denota otra imagen para denotar las distintas interpretaciones de la Torá, desde lo externo, duro y evidente, hasta el interior, suave y comestible. Para más detalles: Peradejordi, Julio, Cábala, Obelisco, 2005, p.p. 19-25.

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