El pecado de los hijos de Set en La Cueva de los Tesoros



La Cueva de los Tesoros es un apócrifo cristiano presumiblemente escrito entre el final del siglo II y el principio del III, aunque su compilación final transcurrió en algún momento de este siglo III. Es un texto que nace en un ambiente judeo-cristiano dentro de la cultura asirio-babilónica. La obra se divide en tres partes, (i) la historia anediluviana, (ii) las generaciones postdiluvianas hasta el relato de Abraham, Isaac y Jacob, y (iii) la genealogía y la vida de Cristo. En este texto encontramos una serie de relatos o leyendas anteriores que han sido re-escritas y re-interpretadas. Una de ellas es el relato de los hijos de Set (VI. 22-XVII.22) que tiene un claro paralelismo con una obra que nos ha llegado en armenio llamada El Evangelio de Set. El texto armenio narra el anuncio del nacimiento de Set, gran consuelo y guia para los posteriores patriarcas, cuya generacion llenará toda la tierra siempre que no se mezcle con la de Caín. Estos descendientes habitarían  en las montañas para poder preservar esta vida ejemplar, sin embargo, al final, igual se contaminán debido a una mujer de la descendencia de Caín que los seduce con su forma de bailar y de su belleza. Todos terminán contaminados, exepto Noé a quien Dios escojerá para salvar el género humano. La Cueva de los Tesoros amplía este argumento a través de tres temas principales: la santidad de los hijos de Set, su descenso al valle con los hijos de Can, y el nacimiento de los gigantes. La santidad de los hijos de Set se menciona en VII.1  cuando estos son llamados hijos de Dios en reemplazo de aquellos ángeles que cayeron. Así leemos  en XI. 12: Como los hijos de Set  habían ocupado el lugar de aquel rango que cayó y amaban a Dios, fueron desde entonces llamados “hijos de los ángeles” e “hijos de Dios”.  En  VII.4 leemos: En lugar de aquel rango de demonios que cayó del Cielo, subieron ellos a las estribaciones del Paraíso para dar gloria. Más que de la identidad casí angelical de los hijos de Set, se trata de una identidad adámica que se mantiene en este grupo a pesar del pecado deAdán, por medio de dos virtudes fundamentales, la pureza y la santidad (Salm 82 (81),6).  Fijémonos como coinciden la vocación adamica y la setiana,  cuando Satán fue expulsado del Cielo, Adán fue elevado para subir al Paraíso con gran honor, mientras los ángeles alababan en su presencia, los serafines le bendecían y los querubines le honraban  (III.8). Esta santidad se sostiene por medio de la pureza, la santidad y un  juramento que hacen por la sangre pura de Abel (VII.18): Jurad por la sangre pura de Abel que ninguno de vosotros descenderá de esta santa montaña ni permitirá a nadie de vuestras generaciones bajar junto a los hijos de Caín.  Es interesante, entonces, recalcar que para estos cristianos el pecado de Adán no alcanzó a afectar a los descendientes de Set...y sin embargo, estos pecaron en los días de Yerad (X.14) cuando se vieron tentados a partir de la fabricación de los instrumentos musicales (XI. 4-12) y los bailes que los acompañaban que los impulsaron a fornicar (XII, 1-21). Yabal hizo flautas, citaras, y caramillos. Los demonios entraron a habitar dentro de ellos. Cuando soplaban, inmediatamente los demonios cantaban desde dentro. Tubal-Cain hizo castañuelas, carracas, tambores y panderetas. Entonces aumentó el deseo de fornicar entre los hijos de Caín y no tenían otra ocupación excepto la fornicación. No estaban sometidos por el castigo ni tenían jefe ni guía, sino que únicamente comer, beber, la gula, la embriaguez, la música, los bailes, el juego diabólico, y la risa, todo lo que satisfacía a los demonios, como el sonido de la pasión de los hombres deseando a las mujeres era su única ocupación. Entonces Satán se dio cuenta de que gracias a esta conducta erronea los hijos de Set bajarían de la montaña santa (XI, 4-11). No es el pecado de Adán el causante de la pérdida del estado paradisiaco, sino el pecado de los descendientes de Set que bajaron de la montaña santa (todavía en la inmediaciones del paraíso) y que al perder pureza y santidad no volverían a subir al modo de Ex 19, 20-24 cuando Moisés advierte al pueblo que no suba al Sinaí debido a su carácter santo.

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